Relatos e historias de camareros y bares (I)

«Lotika no se ocupa de los clientes de la sala grande. Ése es el dominio de Maltchika, la camarera, y de Gustavo, el camarero… Maltchika es conocida en toda la ciudad como una húngara muy lista que se parece a la mujer de un domador de fieras, mientras que Gustavo es un alemán de Bohemia, pelirrojo, bajito, con los ojos inyectados en sangre, patizambo y con los pies planos. Conocen a todos los clientes y, en general, a todos los habitantes de la ciudad; saben quién paga regularmente, de qué manera se comporta cada uno cuando está borracho; están al corriente de quiénes son los que han de ser recibidos con frialdad, a quién hay que acoger cordialmente y aquéllos que ni siquiera hay que dejar entrar, porque no son aptos «para el hotel». Vigilan a los que beben mucho y tienen cuidado de que nadie se vaya sin pagar, e, igualmente, de que todo termine con corrección y como Dios manda, según las instrucciones de Lotika: Nur Kein Skandal 1. Pero, a veces, sucede, excepcionalmente, que alguien, de manera inesperada, demuestra que tiene mal beber, o bien que un individuo, tras haberse emborrachado en otros cabarets de segunda categoría, entra por la fuerza en el hotel; entonces, hace su aparición un criado, Milán, un muchacho alto, ancho de espaldas y huesudo. Originario de Lika, es un hombre de fuerza hercúlea que habla poco, pero que puede ocuparse de cualquier trabajo. Está siempre vestido como conviene a un camarero de hotel (Lotika no deja pasar un detalle). Va siempre sin chaqueta, con un chaleco oscuro encima de una camisa blanca, y un delantal largo, de paño verde.

En invierno como en verano, lleva las mangas remangadas hasta el codo, de suerte que pueden verse sus enormes antebrazos velludos y negros como dos cepillos. Tiene un bigotito recortado y el pelo moreno y tieso untado con una pomada olorosa como la que usan los militares. Milán es el que se encarga de sofocar cualquier posible escándalo.

Existe para esa clase de trabajo desagradable y poco atractivo una táctica que desde hace tiempo ha sido perfeccionada, logrando consagrarse. Gustavo entretiene al cliente brusco y borracho, mientras espera la llegada de Milán. Cuando éste aparece, se acerca al perturbador por la espalda, el camarero se aparta y el hombre de Lika coge al borracho con una mano por la cintura y con la otra por el cuello; todo esto, con tanta habilidad y rapidez, que nunca ha habido nadie que haya visto cómo pone Milán en práctica su «llave». Entonces el borracho en cuestión, aunque sea el tipo más fuerte de la ciudad, sale volando, como un muñeco de paja, hacia la puerta que Maltchika abre en el momento preciso; a continuación, va a parar directamente a la calle. Al mismo tiempo, Gustavo arroja el gorro, el bastón o las prendas que hayan quedado del inoportuno. Milán se arroja hacia el cierre metálico de la puerta y, cargando con todo el peso de su cuerpo, lo hace bajar. Todo esto se realiza en un abrir y cerrar de ojos, en perfecta armonía, y, antes de que los clientes hayan tenido tiempo de volverse, el indeseable está ya en la calle y no puede, por muy loco que esté, sino golpear al cierre con su cuchillo o con una piedra, como lo demuestran algunas huellas. Pero entonces ya no es un escándalo en el hotel, sino en la calle y, por consiguiente, asunto de la policía que, de todas las maneras, siempre está cerca del hotel.

A Milán no le ocurre lo que a otros hoteleros, es decir, que el cliente a quien se quiere expulsar, arrastre o tire mesas y sillas o se agarre a la puerta con pies y manos de tal modo que ni un par de bueyes conseguirían tirar de él. Milán no demuestra en estos casos ni ser exagerado, ni mal humor, ni combatividad apasionada, ni vanidad personal; por esto, sin duda, efectúa la operación tan bien y con tanta velocidad. Un minuto después de haber echado al cliente, ya está en su sitio en la cocina o en el «office», como si no hubiese pasado nada.

Gustavo pasa como por casualidad por el Extrazimmer y, mirando a Lotika que se encuentra sentada en una mesa con los clientes más distinguidos, cierra de pronto los dos ojos, lo que significa que ha ocurrido algo, pero que todo ha sido ya puesto en orden. Entonces Lotika, sin interrumpir su conversación ni abandonar su sonrisa, guiña también, sin que nadie se dé cuenta, los dos ojos al mismo tiempo, lo que quiere decir: «De acuerdo, gracias, y no dejéis de estar atentos ni un instante».

Sólo queda por arreglar la cuestión de lo que haya bebido o roto el cliente expulsado. Lotika dispensa de esta suma a Gustavo, cuando, tras un biombo rojo, avanzada la noche, hacen las cuentas del día.»

  1. «Ante todo, que no haya escándalo.»

Un puente sobre el Drina, Ivo Andric.

Acerca de guillermomantecon

Aprendiz de padre en compañía de Rocío Sola. Periodista en barra, a veces a solas, y siempre con curiosidad e ilusión.
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